

El balcón de los sueños
El Mirador de Turi
El Mirador de Turi se alza en lo alto de una colina al sur de la ciudad, como un guardián que vigila a Cuenca desde la distancia. Desde aquí, la ciudad entera se abre como un tapiz de tejas rojas y cúpulas azules, atravesada por ríos que parecen hilos de plata y rodeada por montañas que la protegen como murallas naturales.
Quien llega a Turi descubre que no es solo un punto geográfico: es un espacio donde las emociones se amplifican. Las familias llegan los domingos, cargadas de termos y risas, para mirar cómo la ciudad se enciende poco a poco con las luces de la tarde.
Los jóvenes suben de la mano, en busca de un rincón apartado donde prometer amores que creen eternos. Los viajeros se detienen en silencio, porque entienden que, desde esta altura, la belleza no se mide en fotografías sino en recuerdos.
El nombre “Turi” proviene del quichua y significa “hermano”. Quizás por eso el mirador es más que un paisaje: es una compañía. Es como un hermano mayor que nos recuerda que, aunque la vida cotidiana en la ciudad pueda ser apresurada, siempre hay un lugar donde se puede respirar hondo y mirarla con otros ojos.
Durante el día, el Mirador ofrece claridad y detalle: los techos coloniales, las iglesias centenarias, los mercados que hierven de vida, el ir y venir de la gente que desde aquí parece parte de una coreografía secreta. Al caer la tarde, los colores cambian: el cielo se tiñe de naranja y púrpura, y la ciudad se transforma en un mar de luces parpadeantes. Y cuando llega la noche, ocurre la magia: arriba brillan las estrellas y abajo resplandece Cuenca, como si el cielo se hubiera duplicado.
El Mirador de Turi ha sido testigo de despedidas que arrancan lágrimas y de reencuentros que devuelven sonrisas. Ha visto a generaciones enteras detenerse frente a la inmensidad de la ciudad, preguntándose hacia dónde va su vida o agradeciendo por lo que ya han vivido.
Quizás ese sea su verdadero valor: recordarnos que, para comprender una ciudad —y a veces incluso a uno mismo—, es necesario tomar distancia y observarla desde lo alto. Porque en la altura no solo se ve la forma de Cuenca, también se descubre su espíritu.
El Mirador de Turi no es una postal estática para turistas. Es un altar abierto al viento donde la ciudad se desnuda ante quienes saben mirar. Es, en definitiva, un lugar donde Cuenca se deja contemplar y donde cada visitante encuentra, en silencio, una parte de sí mismo reflejada en el horizonte.